Cruza a la acera de la sombra por donde corre un vientecillo agradable. Pasan unas muchachas con libros camino del Instituto. Un caballo ha resbalado sobre el empedrado y hay varios hombres ayudándole a levantar; algunos prestan solamente ayuda moral por medio de gritos de coraje; otros lo hacen más prácticamente. Se han detenido algunos mirones y él se para sólo un momento, pues desea volver al aula y escuchar los exámenes de los demás. Viste modestamente; un traje comprado en la calle Hospital hace año y medio. Las mangas se le han quedado cortas y le avergüenzan bastante; los pantalones también, pero lo disimula dejando la cintura algo caída. Él sabe que otros chicos van mejor vestidos porque sus familias son ricas. A algunos les llevan en automóvil y todo; su madre dice que deben ser hijos de estraperlistas. Paquito quiere mucho a su padre, que está colocado de capataz en unos talleres. Trabaja muchas horas al día; siempre tres o cuatro extraordinarias y aún así no se vive muy bien en su casa. Tienen dos realquilados que aunque dan bastante quehacer, pagan bien. A veces la madre va a Tortosa, donde tiene una hermana (como el abuelo es ferroviario no paga en el ferrocarril) y viene con grandes paquetes de arroz y unos pellejos de aceite. Entonces tiene que ir a la estación a buscarla para ayudar a llevar los paquetes que pesan mucho. A él le da vergüenza y teme que le vea algún compañero. El padre habla poco. Llega a casa fatigado; algunos días da una mirada al periódico. Cena silenciosamente y se marcha a dormir. Tiene que madrugar mucho. Los domingos suelen salir juntos el padre y él; van a Montjuich o al Tibidabo o hacia unos pinares que hay detrás de Horta. Al volver toman una cerveza y en invierno café. Hablan poco, pero se comprenden perfectamente. Quiere que estudie para abogado. «Hay que defender a los pobres de las injusticias.» Lo dijo hace años, pero no se le olvidará nunca[1].
Con La noria, Luis Romero nos describe un día en aquella ciudad catalana de los años 50. Distribuida en treinta y siete capítulos, cada uno de ellos protagonizado por un personaje, el escritor va engarzando historias hábilmente presentando un todo sin interrupción. Por ejemplo: la protagonista del primer capítulo toma un taxi, cuando la mujer llega a su destino, la narración se queda en las preocupaciones del taxista, para, a continuación, presentarnos a la hija del taxista que trabaja en una librería y que será el siguiente personaje. Después, tenemos a un catedrático como cliente de esa librería, y él será el siguiente protagonista, etc…
De esta forma, Luis Romero consigue llevarnos hasta el final con toda la coherencia y sin perder ni un ápice de interés. Late en estas páginas la preocupación del autor por dar voz a personas ordinarias, lo que nos sitúa precisamente, en los orígenes del realismo social y en la generación del medio siglo.
Para Jean-Jacques Fleury, esta generación, después de
haber conocido algunos éxitos editoriales notables y cierto favor de la crítica
nacional e internacional, ha sido luego negada, y eso por los mismos que la
promovieron (Castellet o Barral) o que la cultivaron (Grosso, Goytisolo…),
llegando el periodista Antonio Bernabéu a calificarle de “escuela de la berza”.
Sin embargo, la lectura de La noria y
la del conjunto de la obra de Luis Romero nos lleva a pensar que esta novela
está mal enfocada y subvalorada por la crítica. Antonio Hernández califica la
poesía del 50 de “promoción desheredada”; lo mismo se podría decir de la novela
de aquellos años. A esta novela, además de negarle todo valor literario y
artístico, se le llega a negar incluso el valor de testimonio, lo cual era su
meta esencial. Es evidente –o por lo menos así lo creemos- que la literatura es
incapaz de reflejar toda una realidad con todos sus matices, con todas sus
paradojas, y, sin embargo, estamos convencidos de que la literatura de los 50
puede enseñarnos algo de
Finalmente, recogemos las palabras del propio Luis Romero: “Resurgiremos tal vez como personas que hayan reflejado un momento importante de la historia de España… tendremos importancia quizá en la periferia de la literatura; quizá no fuimos muy buenos escritores, pero dimos un testimonio interesante y válido para todos…”[3]
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