ENTRE VISILLOS
CARMEN MARTÍN GAITE
Austral Editorial,
Barcelona, 2012
Durante dos días ni siquiera retiré el equipaje de la
consigna, tal carácter de provisionalidad había adquirido mi estancia.
Muerto Don Rafael Domínguez, desaparecía el pretexto de mi
viaje, aunque la verdad es que yo mismo me daba cuenta, paseando por las calles
de la ciudad, de que en el fondo nunca había pensado, ni aun antes de
emprenderlo, que pudiera tener el viaje otro sentido ni objeto más que el que
se estaba cumpliendo ahora, es decir, el de volver a mirar con ojos
completamente distintos la ciudad en la que había vivido de niño, y pasearme
otra vez por sus calles, que sólo fragmentariamente recordaba. Casi todo lo
veía como cualquier turista profesional, pero de vez en cuando alguna cosa
insignificante me hería los ojos de otra manera y la reconocía, se identificaba
con una imagen vieja que yo guardaba en la memoria sin saberlo. Me parecía
sentir entonces la mano de mi padre agarrando la mía, y me quedaba parado casi
sin respiro, tan inesperada y viva era la sensación. Pág. 87
Se separó con Julia y echaron a andar por una calle que
llevaba a la plaza Mayor.
-
Qué pronto se han pasado las ferias este año, ¿verdad?
–dijo Goyita.
Todo lo del verano se les desmoronaba como si no lo hubieran
vivido. San Sebastián, el chico mejicano. Marisol en el Casino con sus trajes
diferentes acaparándose a Toluca, su amiga íntima, y a Manolo Torre. Ahora ya
estaban de cara al invierno interminable. Tardes enteras yendo al corte y a
clase de inglés, esperando sentada a la camilla a que Manolo viniera de la
finca y se lo dijeran sus amigas, o que alguna vez la llamara por teléfono.
-
¿Qué tal lo has pasado? –le preguntó Julia.
Ella hizo un gesto de aburrimiento. Pág. 152
La madre dijo que se acordaba perfectamente del padre de
Pablo, de cuando habían vivido allí antes de la guerra; el pintor viudo le
llamaba entonces la gente. Contó historias viejas que se quedaban como
dibujadas en la pared. Iba siempre con el niño a todas partes, era un niño
pálido, con pinta de mala salud. Se reían juntos y hablaban como si tuvieran la
misma edad. A la madre, contando esas cosas de otro tiempo, le salía una voz de
salmodia. Hacían cosas extravagantes. Vivían sin criada en un hotel alquilado
por la Plaza de Toros. Elvira preguntó que en qué año fue todo eso y la madre
echó la cuenta.
- El chico debe tener unos treinta años ahora. Vosotros
erais mucho más pequeños. Papá fue a verlos. Yo le dije que me parecían gente
rara… Un señor que llevaba su niño a todas partes, que se sentaba con él por
las escaleras de la Catedral. Mal vestidos, gente que no se sabe a lo que
viene. Ni siquiera estaba claro que la madre de aquel niño hubiese estado
casada con el señor Klein y algunos decían que no se había muerto. Andaban
detrás del señor para que hiciera una exposición de sus cuadros en el Casino.
Pág. 162
Hablaba en un tono cordial y seguro, tan distinto del que
tenía la última vez que le vi. Se lo dije.
-
No te extrañe, yo soy ciclotímico. Tan pronto estoy en
lo alto como en lo bajo. Lo malo, cuando estoy tan animado como ahora es que no
escribo una línea.
-
Ah, sí. Me dijiste que escribías. ¿Qué tipo de cosas
escribes?
-
Poemas. Pero ahora no. También cosas de crítica. Temas
sociales, sobre todo. Algún día, si quieres, puedes venir a casa y te enseñaré
algo. Vivo aquí mismo.
-
Ah, muy bien. Vendré.
Miré la casa.
-
En el tercero. Sí, me gustaría que vinieras. Saber tu
opinión acerca de lo que escribo. Esta temporada me he aturdido a estudiar,
pero no creas; suelo tener un gran dilema entre la carrera y mis escritos. He
tenido temporadas de no saber por dónde tirar, y todavía no estoy seguro, pero
es que claro, chico, de la literatura, por lo menos aquí en España, es
dificilísimo vivir. Pág. 176
Todo aquel edificio me recordaba
un refugio de guerra, un cuartel improvisado. Hasta las alumnas me parecían
soldados, casi siempre de dos en dos por los pasillos, mirando, a través del
ventanal, cómo jugaban al fútbol los curitas, riéndose con una risa cazurra,
comiendo perpetuos bocadillos grasientos. Tardé en diferenciar a algunas que me
fueron un poco más cercanas, entre aquella masa de rostros atónitos,
labrantíos, las manos en los bolsillos del abrigo, calcetines de sport. Págs.
234, 235.

No hay comentarios:
Publicar un comentario