miércoles, 5 de mayo de 2021

Un poeta: JUAN GARCÍA HORTELANO

 


 

Me vestiré de raso,

como visten

a desnudas serpientes tus histerias.

Me cargaré de pecas

estos hombros,

Que tanto farde, altivos,

pasearon…[1]

 

Estos versos, que creemos dieron título a su primer poemario en 1977, y “en ese cruce entre coloquialismo y elaboración poética, entre confesionalidad e ironía, entre narrativismo y dramatización, donde se constituye el estilo poético de García Hortelano, que materializa una concepción irónica, lindante muchas veces con el humorismo y el sarcasmo, que trata de desterrar cualquier sospecha de patetismo herededa de la tradición romántica. Se construye, así, una sentimentalidad representada, alejada de la exaltación romántica, que se cuestiona y analiza en el propio proceso de enunciación narrada, característica de la conciencia temporal y existencial, pero también crítica, que conforma su visión del mundo”[2].

 

Este primer poema que abre la obra y en nuestra opinión, uno de los mejores, muestra de alguna manera lo dicho anteriormente:

 

Imagina un propósito

de poema perpetuo.

Sensación sin fisuras

De poema continuo.

Campana encristalada

Por aceros de tiempo.

Imagina que fuese

vivir una tarea

de caricias y lágrimas

o músicas y letras

al fulgor de la lámpara.

Imagina, si puedes,

las mañanas sin culpa,

horizontes sin cables

eléctricos, designios

como rosas o pétalos

que cubran nuestros besos.

Imagina, obsesivo,

que mil cuerpos cambiantes,

asesinos del tedio,

nuestros cuerpos serían.

Oscilante escalera

sobre campos de plumas,

al hundirte en la carne

dorada de la playa.

Y túneles de sombras

y cortinas naranja

y los cuadros que siempre

deseamos, colgados

en inmensas paredes

a la luz de las olas.

Y pájaros sin pico,

jardines de la infancia,

grutas maravilladas

por su esplendor constante.

¡Y una tarde!, imagina

una tarde perfecta,

como sólo conjunción

de poema y de vida

puede darte. El mal gusto,

lenificante y leve,

imagina, si quieres,

por compensar con cremas,

con cromos y con grumos,

vociferantes crímenes

de afiladas caderas.

Imagina en la gruta

los amores de ciegos;

la sordera infinita,

en murmullos de estrellas;

o ese tacto primero

que va incendiando mundos.

imagina que fuiste

poeta sin saberlo

y un eco de nostalgia

de aquella voz queda.

                                

No imagines, recuerda,

poeta vergonzante,

pordiosero de imágenes,

profanador de oficio,

plagiario, hermafrodito,

chulo de la Belleza[3].

 

Hallamos aquí “una escisión entre imaginación y memoria, proyectando la actividad del poeta hacia este último extremo”[4].

 

Con respecto a la composición, nuestro autor nos da una mezcla de formas métricas, “con predominio del endecasílabos combinado con el heptasílabo, aunque también con un sabio uso del verso libre y del alejandrino, y de estructuras, que van desde las más tradicionales, como el soneto, la copla, el romance… hasta la experimentación con estructuras anafóricas y enumeraciones novedosas, o la fragmentación narrativa, en ese espacio intermedio entre el poema y el relato que trata de hallar en muchos de sus poemas”[5].

 

En el 45,

acabadas las guerras –que creímos…-,

el aire no era igual,

ni las muchachas,

y también por entonces la alegría

de mentir o beber

o fornicar tenía

otros perfiles y otro precio.

En los mapas de entonces

-a otra escala-

Saigón estaba junto al Ebro[6].

 

En esta edición preparada por Antonio Martínez Sarrión que reúne versos póstumos e inéditos, caen en nuestras manos la caricatura y el esperpento, el amor y el desamor, el erotismo poderoso y turbador pero siempre tierno, la conciencia política e histórica pero siempre lúdica, la memoria infantil y la adivinación de la muerte.

 

Atardecer aquel,

de la ciudad perdida

de la infancia,

que yo pensé inmortal

y ahora en la memoria

yerto y lívido

aflora, ¿acaso

pretendes, impostura

de lo mejor que fui,

que era yo el niño aquel

en la ciudad dorada

de aquel atardecer?[7]

 

El aletear de la muerte –escribe Martínez Sarrión- en un trabajo escrito, por cierto, cuando ésta no le había mandado aún aviso alguno (1984), es elemento que no puede dejarse fuera a la hora de, fugaz y desmañadamente, abocetar los pilares y recurrencias de estos versos y de algunos de los arracimados en el libro de 1977. Estremece, en el que ahora ve la luz, esa dilatada secuencia con el que se va a cerrar, que tituló “La importancia de mi muerte” (Letanía). Ahí, en la estela del Quevedo más descarnado, que modula y rehace, como es sabido, temas y modos muy presentes en nuestra lírica medieval, de intención tan satírica como moralizadora, alcanza García Hortelano alturas poéticas de una concisión, belleza, intensidad, malicia y emoción personalísimas y perdurables[8].

 

 

No me importaría morir con aguacero,

pero carezco de paraguas.

 

Si no hubiese nacido,

no me importaría;

pero ¿qué necesidad de morir tengo yo,

si he nacido?

 

Si se me asegurase,

con aval del Banco Vaticano,

una resurrección y para siempre,

no me importaría morir.

 

Si muriésemos juntos,

Me importaría doblemente.

 

Si no apareciese tanto a la ópera,

Me importaría poco la muerte.

 

No me importaría morir

si se enamorase de mí una monja

y yo me comportara como un caballero.

 

No me importaría morir,

si esa mirada tuya fuera eterna.

Mas tampoco es eterna tu mirada. 

 

No me importaría morirme,

si fuera sólo por las mañanas.

Y no todas las mañanas.

 

No me importaría morir

abrazado a la Bandera

y con Su Nombre en los labios,

sobre un escenario.

 

No me importaría morir

el 12 de octubre de 1492.

 

No me importaría,

si supiese cuándo deseas tú

que me muera.

 

Si aún fuese niño,

no me importaría morir

a los treinta años.

A los veinte años

no me habría importado nada morir.

(Pero tampoco me concedía el capricho).

 

Si me importase morir

cuando pierdo,

sería mayor cadáver viviente todavía.

 

No me importaría quedarme muerto

entre tus piernas,

porque en esa fosa se resucita.

 

No me importaría morirme

sin haber vuelto a Zaragoza.

 

Ahora, por ejemplo,

no me importaría morirme,

de no ser porque mañana

tengo hora con el dentista.

 

Si yo hubiese sido Hitler o Franco,

a vosotros os habría importado

que yo hubieses nacido.

 

Me importaría menos,

si llego a nacer Unamuno

o Rimsky-Korsakov.

 

Si tú murieses,

me importaría mucho morirme,

porque ya no podría matarme.

 

Me importaría quedarme sin mi cuantiosa pobreza

si para ello tuviera que morirme.

 

No me importaría morir

si hubiera llegado a conocerme.

 

No me importaría morir

si lograse recordar

para qué he nacido.

 

No me importaría morir

de pena, como tantas veces.

 

No me importaría morirme,

si la muerte no fuese una cosa muy seria.

 

No me importaría escribir que no me importa

si tuviese talento para escribir mentiras.

 

Quizá si me gustase el mundo,

morir no me importaría.

 

No me importaría morir

si restituyese la vida a quienes me la dieron.

 

Si mi trabajo estuviese bien remunerado,

no me importaría, por mis herederos.

Pero con tal sueldo basta apenas

para ir titando vivo.

 

No me importaría morir,

si hubiese sudarios de mi talla.

 

Tú, precisamente tú,

recuerda que no me habría importado.

Pero no me mataste.

 

No me importaría morir de suicidio.

Ahora bien, de suicidio en legítima defensa.

 

Soy yo muy sedentario,

para gustar de esa mudanza

de inestabilidad tan zafia.

 

Si hubiera aceptado amarme

las cien mil que he deseado,

¡qué dulce muerte!

 

Soy yo muy valeroso

para morir de miedo.

 

Mientras conserve mi memoria

presentes tus rodillas,

mayor necesidad

de morirme no tengo.

 

Celebraría, no morir

pero sí quedarme manco

después de estrechar la mano

de cualquier Emperador

del Imperio Americano.

 

En cualquier otra hipótesis

me importará morirme[9]

 

La sensibilidad poética de Hortelano –escribía Carlos Bousoño- es manifesta: su asimilación de ciertos modelos (Jaime Gil de Biedma y Ángel González) también. Hortelano es inteligente y ello se ve en sus versos, que se desarrollan precisamente desde ella[10]. Si en la novela nos ha dado obras personales e intensas, en su poesía nos ofrece “la riqueza de sus perspectivas y sensibilizaciones”. Sus versos nos amplían “el respeto por su figura literaria, nos lo acerca más a nuestro propio ser. Adivinamos en el autor espacios espirituales que desconocíamos”[11].

 

Hay una frase faulkneriana en la que se afirma que todos los novelistas quieren ser poetas, y cuando descubren que no pueden, prueban con el relato, que es la forma más exigente después de la poesía. Juan García Hortelano, medio en serio medio en broma, había expresado en numerosas entrevistas su deseo de ser poeta. En la reseña a su obra póstuma, Juan Cruz se preguntaba: “¿Y cómo resistió al final el dolor de sentirse vencido por la enfermedad del tiempo? Pues, escribiendo. Escribiendo como el poeta que era siempre: cuando esperaba el autobús del funcionario, cuando respondía al teléfono o cuando limpiaba el sudor frío del vaso largo de Gordons con tónica”[12]. Es decir, lo que nuestro autor llamaría “pluriempleo del poeta”:

 

Pluriempleo del poeta:

el cantautor le presta la letra,

el templagaitas pone la melopea

y venden discos a paleta.

¡La Musa que los parió![13]



[1] Juan García Hortelano, Echarse las pecas a la espalda, Ediciones B, Barcelona, 1999, p. 20.

[2] Juan José Lanz, “La Musa ataca de nuevo. Juan García Hortelano y la poesía”, CAMPO DE AGRAMANTE, nº 21, Jerez de la Frontera, 2014, p. 117.

[3] Juan García Hortelano, “Requerimiento y rencor”, op., cit., pp. 9-11.

[4] Juan José Lanz, art., cit., p. 112.

[5] Juan José Lanz, art., cit., p. 119.

[6] Juan García Hortelano, “Explicación de la senectud”, op., cit., p. 38.

[7] Juan García Hortelano, “Deuda fraudulenta”, en La incomprensión del comercio, Ediciones B, Barcelona, 1999, p. 90.

[8] Antonio Martínez Sarrión, “Juan García Hortelano, poeta”, op., cit., p. 75.

[9] Juan García Hortelano, “La importancia de mi muerte”, op., cit., pp. 119-124.

[10] Carlos Bousoño, “Poesía de Juan García Hortelano”, COMPÁS DE LETRAS, nº 2, Madrid, 1993, p. 180.

[11] Carlos Bousoño, art.., cit., p. 181.

[12] Juan Cruz, “Mire usted, yo soy un poeta”, EL PAÍS, 15-7-1995.

[13] Juan García Hortelano, “Canción para no ser cantada”, op., cit., p. 109.

JOSÉ MANUEL CABALLERO BONALD

  José Manuel Caballero Bonald nace el 11 de noviembre de 1926 en Jerez de la Frontera, de padre cubano y madre francesa. En su ciudad natal...