Si escribimos dejamos
heridas las palabras,
desangrándose juntas
como por una espada
de tristeza: no pueden
dar la maravillada
voz de la vida, el fuego
que del aire tomaran,
y duele. Pero todo
permanece en su gracia,
diciéndose y viviéndose
en las tardes del alma
si callamos. El hilo
de la verdad escapa,
pájaro que pasó,
al querer declararla.
Silencio. Es necesario
callar. La madrugada,
el ojo de las flores,
la muerte y la mañana,
la nieve y las espigas,
Dios y la sangre, callan.
No podemos, no pueden.
No hay senderos. Pasaba
una verdad ya nuestra:
no supimos cantarla.
Voy a hacer una hoguera
con todas las palabras.
Si yo les contara... 20 años sin Fernando Quiñones
Universidad de Cádiz
