domingo, 14 de junio de 2020

Juegos de manos JUAN GOYTISOLO


Juegos de manos (1954)

Juan Goytisolo Gay nace en Barcelona el 5 de enero de 1931. Pertenece a una familia burguesa de origen vasco-catalán en la que se respiró siempre un gran ambiente intelectual. Su padre se posiciona a favor del franquismo y fue encarcelado por el gobierno republicano durante la guerra civil. Su madre muere en un bombardeo en 1938. Esta infancia difícil marcaría a los tres hermanos varones Juan, Luis y José Agustín y que emprendieran carreras literarias y artísticas aunque con diferentes estilos y trayectorias.

Se licencia en Derecho en la Universidad de Barcelona y tras la publicación de sus dos primeras novelas, se exilia en París en 1956. Allí fue asesor de la prestigiosa editorial Gallimard y conoció a la novelista Monique Lange con la que contrajo matrimonio en 1978.

Se trasladó después a EEUU y fue profesor de literatura de las universidades de Boston, California y Nueva York.

Su obra aglutina más de cincuenta libros, guiones para televisión, documentales, reportajes, ensayos, ha sido galardonado con multitud de premios literarios nacionales e internacionales, ha sido miembro honorífico de la Unión de Escritores de Marruecos y la Biblioteca del Instituto Cervantes de Tánger lleva su nombre.

Juan Goytisolo escribe su primera novela con sólo veintidós años, Juegos de manos, publicada dos años más tarde. Sus siguientes trabajos se prohíben o se demoran en España pero no en el resto del mundo, que se publican y se traducen, lo que hacen de él, a los veintiocho años, el más famoso de los escritores de su generación. 
De alguna manera, el tema que subyace en Juegos de manos, es la muerte de la infancia.

“Somos sombras, reliquias del pasado, espectros atemorizados por el desprecio del mundo y el recuerdo frágil de nuestro esplendor pretérito. Derribados arcángeles perpetuamente estériles, nuestro sino es odiar a la especie…”[1]

Son, en realidad, un puñado de estudiantes, de niños bien, que se divierten maltratando y vejando a cualquiera que denote debilidad ante ellos, imitando la misma rabia y sinsentido de sus mayores. Rozando siempre los límites, planean el asesinato de un viejo, y acabarán entrematándose, lo que dota al texto de cierto propósito ejemplarizante.

Para Gloria la vida era bien distinta de cómo sus padres se la habían enseñado. La muchacha hizo el descubrimiento y aún ahora le asombraba la fidelidad de su memoria al evocarlo. Don Sidonio les llevaba en aquella época a un pueblecillo de Guadalajara; fue allí, durante las vacaciones estivales, donde tuvo ocasión de comprobar que el mundo no concluía con las cuatro paredes de su piso y que la imagen que su hermano le ofrecía no era peor ni más absurda que las que le habían enseñado en su casa. En aquel pueblo gris, refugio de culebras y lagartos, en el que sólo dondiegos y geranios ponían una nota de color desesperada, Luis la había iniciado en los secretos de su pandilla: un mundo de fuerza y de crueldad, en el que la astucia era un recurso y la mentira un arma de combate. En el pajar abandonado de la colina, entre herrumbrosos aperos de labranza, y sacos destripados y vacíos, se celebraban las juntas de los Cangrejos, la terrible banda que rompía los faroles del alumbrado, robaba las frutas de los puestos callejeros, vaciaba el cepillo de la iglesia y perseguía a las parejas solitarias que se ocultaban en los rincones umbrosos del jardín del casino. Los Todo Poderosos Hermanos empleaban disfraces y capuchas, cuchillos y navajas. Ser iniciado en los Misterios equivalía a someterse a una serie de pruebas, en las que el aspirante debía dar muestra de su capacidad: robar una jarra al viejo alfarero, arrancar las cadenillas de la puerta del colmado, pinchar el neumático de la bicicleta que el empleado de Correos dejaba junto a la entrada del hotel, y realizar una serie de hazañas más o menos caprichosas, que oscilaban desde la casi imposible, a la burlona e irónica.
Ella, en atención a su sexo, fue admitida sin prueba alguna y, convertida en Todo Poderosa Hermana, presidió más de una vez el Bautismo de los nuevos iniciados. Luis «Ojo de Halcón», con su antifaz de seda-corsé, y su látigocadena de lavabo, aplicaba la justicia a los refractarios. También ella había asistido a la tortura del hijo del peluquero: se le habían hecho unas incisiones en el brazo con una navaja previamente desinfectada con la vela que ella sostenía sobre la boca de una botella de cerveza y el muchacho, así mareado, fue dejado en libertad, bajo promesa de silencio[2]

Para Emir Rodríguez Monegal[3], Goytisolo escribe en nombre de la generación que tenía cinco años cuando estalló la guerra civil y para el que el  espectáculo de violencias y muertes no tenía otro sentido que el de un macabro ritual de sangre. Los niños no entendieron, no podían entender, que el juego atroz que se libraba entre los mayores podía tener otro sentido que eso: juego, gratuito juego. Y en su fantasía, en sus delirios de la vigilia, trataron de prolongar la mecánica de un mundo cuyo sentido se les escapaba. Por eso el esquema formal de toda novela de Goytisolo es el mismo: un grupo de niños o jóvenes que se entrega a una acción antisocial con la ambigua conciencia de estar jugando. Cuando las consecuencias del juego se hacen presentes en la vida real, el sueño termina, los niños (los jóvenes) despiertan, abren los ojos a un mundo adulto, la niñez ha muerto.





[1] Juegos de manos, p. 89.
[2] Op., cit., pp. 180-183.
[3] “El mundo cruel y monótono de Juan Goytisolo: la novela española actual” EMIR RODRÍGUEZ MONEGAL , MARCHA, Montevideo, nº 967, 1959, págs. 22, 23.


JOSÉ MANUEL CABALLERO BONALD

  José Manuel Caballero Bonald nace el 11 de noviembre de 1926 en Jerez de la Frontera, de padre cubano y madre francesa. En su ciudad natal...