Juegos de manos (1954)
Juan Goytisolo Gay nace en
Barcelona el 5 de enero de 1931. Pertenece a una familia burguesa de origen
vasco-catalán en la que se respiró siempre un gran ambiente intelectual. Su
padre se posiciona a favor del franquismo y fue encarcelado por el gobierno
republicano durante la guerra civil. Su madre muere en un bombardeo en 1938.
Esta infancia difícil marcaría a los tres hermanos varones Juan, Luis y José
Agustín y que emprendieran carreras literarias y artísticas aunque con
diferentes estilos y trayectorias.
Se licencia en Derecho en la Universidad de
Barcelona y tras la publicación de sus dos primeras novelas, se exilia en París
en 1956. Allí fue asesor de la prestigiosa editorial Gallimard y conoció a la
novelista Monique Lange con la que contrajo matrimonio en 1978.
Se trasladó después a EEUU y fue
profesor de literatura de las universidades de Boston, California y Nueva York.
Su obra aglutina más de cincuenta
libros, guiones para televisión, documentales, reportajes, ensayos, ha sido
galardonado con multitud de premios literarios nacionales e internacionales, ha
sido miembro honorífico de la
Unión de Escritores de Marruecos y la Biblioteca del
Instituto Cervantes de Tánger lleva su nombre.
Juan Goytisolo escribe su primera
novela con sólo veintidós años, Juegos de
manos, publicada dos años más tarde. Sus siguientes trabajos se prohíben o
se demoran en España pero no en el resto del mundo, que se publican y se
traducen, lo que hacen de él, a los veintiocho años, el más famoso de los
escritores de su generación.
De alguna manera, el tema que
subyace en Juegos de manos, es la
muerte de la infancia.
“Somos
sombras, reliquias del pasado, espectros atemorizados por el desprecio del mundo
y el recuerdo frágil de nuestro esplendor pretérito. Derribados arcángeles perpetuamente
estériles, nuestro sino es odiar a la especie…”[1]
Son, en realidad, un puñado de
estudiantes, de niños bien, que se divierten maltratando y vejando a cualquiera
que denote debilidad ante ellos, imitando la misma rabia y sinsentido de sus
mayores. Rozando siempre los límites, planean el asesinato de un viejo, y
acabarán entrematándose, lo que dota al texto de cierto propósito
ejemplarizante.
Para Gloria la
vida era bien distinta de cómo sus padres se la habían enseñado. La muchacha
hizo el descubrimiento y aún ahora le asombraba la fidelidad de su memoria al
evocarlo. Don Sidonio les llevaba en aquella época a un pueblecillo de
Guadalajara; fue allí, durante las vacaciones estivales, donde tuvo ocasión de
comprobar que el mundo no concluía con las cuatro paredes de su piso y que la
imagen que su hermano le ofrecía no era peor ni más absurda que las que le
habían enseñado en su casa. En aquel pueblo gris, refugio de culebras y
lagartos, en el que sólo dondiegos y geranios ponían una nota de color
desesperada, Luis la había iniciado en los secretos de su pandilla: un mundo de
fuerza y de crueldad, en el que la astucia era un recurso y la mentira un arma de
combate. En el pajar abandonado de la colina, entre herrumbrosos aperos de
labranza, y sacos destripados y vacíos, se celebraban las juntas de los
Cangrejos, la terrible banda que rompía los faroles del alumbrado, robaba las
frutas de los puestos callejeros, vaciaba el cepillo de la iglesia y perseguía
a las parejas solitarias que se ocultaban en los rincones umbrosos del jardín
del casino. Los Todo Poderosos Hermanos empleaban disfraces y capuchas, cuchillos
y navajas. Ser iniciado en los Misterios
equivalía a someterse a una serie de pruebas, en las que el aspirante debía dar
muestra de su capacidad: robar una jarra al viejo alfarero, arrancar las
cadenillas de la puerta del colmado, pinchar el neumático de la bicicleta que
el empleado de Correos dejaba junto a la entrada del hotel, y realizar una
serie de hazañas más o menos caprichosas, que oscilaban desde la casi
imposible, a la burlona e irónica.
Ella, en
atención a su sexo, fue admitida sin prueba alguna y, convertida en Todo
Poderosa Hermana, presidió más de una vez el Bautismo de los nuevos iniciados.
Luis «Ojo de Halcón», con su antifaz de seda-corsé, y su látigocadena de
lavabo, aplicaba la justicia a los refractarios. También ella había asistido a
la tortura del hijo del peluquero: se le habían hecho unas incisiones en el
brazo con una navaja previamente desinfectada con la vela que ella sostenía
sobre la boca de una botella de cerveza y el muchacho, así mareado, fue dejado
en libertad, bajo promesa de silencio[2]
Para Emir Rodríguez Monegal[3], Goytisolo
escribe en nombre de la generación que tenía cinco años cuando estalló la
guerra civil y para el que el
espectáculo de violencias y muertes no tenía otro sentido que el de un
macabro ritual de sangre. Los niños no entendieron, no podían entender, que el juego
atroz que se libraba entre los mayores podía tener otro sentido que eso: juego,
gratuito juego. Y en su fantasía, en sus delirios de la vigilia, trataron de
prolongar la mecánica de un mundo cuyo sentido se les escapaba. Por eso el
esquema formal de toda novela de Goytisolo es el mismo: un grupo de niños o
jóvenes que se entrega a una acción antisocial con la ambigua conciencia de
estar jugando. Cuando las consecuencias del juego se hacen presentes en la vida
real, el sueño termina, los niños (los jóvenes) despiertan, abren los ojos a un
mundo adulto, la niñez ha muerto.
[1] Juegos de manos, p. 89.
[2] Op., cit., pp. 180-183.
[3] “El mundo cruel y monótono de Juan Goytisolo: la
novela española actual” EMIR RODRÍGUEZ MONEGAL , MARCHA, Montevideo, nº 967,
1959, págs. 22, 23.